La capacidad de centrar la mente dispersa, eso es dharana y, cuando lo consigues, es como si te introdujeras en lo que ves hasta fundirte con ello (eso es dhyana = meditación).
Pero hay que entender DHARANA no como una concentración a nuestro estilo sino como una «concentración sin concentración» es decir sin casi esfuerzo, por el camino de saber separar lo que interesa de lo que no interesa en ese momento (eso es Kriya Yoga).
Ruidos, luces, gente… pasan a un plano secundario. Estás viendo en otra dimensión.
La confianza en lo inmanifiesto crece en la medida en que nos aventuramos a un nivel más existencial con la práctica, rompiendo miedos y cadenas de seguridad.
Este mirar en lo profundo te hace ver más con más amplitud y alcanzar el último de los asthangas, el samaddhi, que se entiende como la plenitud del ser.
Entonces vives la experiencia de pequeñez y, a la vez, de inmensidad. De estar en ti y estar en todo y con todos.
Lo que parecía tan pequeño se va agrandando como si hubiera un universo dentro y dentro de lo más pequeño ves el todo.
Lo más importante es comprender que lo más grande de la vida no es lo que se ve, sino lo que no podemos ver.
En la profunda observación se desvela “aletheia” o el corazón de las realidades.
”El que ve es pura conciencia y observa la naturaleza sin depender de ella”
(Yoga sutra de Patanjali II, 20)
Y es aquí cuando surge, tras una espera paciente, la sorpresa, la chispa que enciende el fuego de la creación, el artista….
Vivir es una ciencia y es un arte. Somos artistas creadores, no máquinas o piezas de una cadena de producción.
En el hecho profundo de pensar no hay caminos pisados ni indicadores que señalen la ruta. Nos guia la intuición.
Investiga, duda, cuestiona, pregunta… pero con sensibilidad, con perspicacia, con sutileza, con amor.
Las dudas quedarán atrás cuando nos acerquemos a la fuente misma del pensamiento.
“Allí está silencioso, atento, expectante pero activo, el pensador”
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