¿Tiempo para vivir o tiempo para trabajar?

¿Vivimos o morimos trabajando?

Ya sea mental o físicamente, todos estamos involucrados en la acción.

Hay que trabajar para vivir y, aunque sea en dimensiones muy sutiles, trabajamos para recibir algo a cambio, para ganar algo, ya sea dinero, comida o la admiración de los demás, entre muchas otras cosas.

Pero generalmente, no hay una verdadera alegría ni realización y,  la queja o el desánimo, se convierten en instrumentos que utilizamos con demasiada frecuencia, para no asumir el cambio hacia el verdadero sentido de nuestra vida.

Si no se desbloquea esta tendencia, seremos esclavos del trabajo y de las circunstancias y actuarán los automatismos inconscientes de autodefensa, repulsión, queja… e incluso enfermedad!

Como una pelota de goma que rebota, reaccionamos según estamos “programados” y condicionados a reaccionar.

Nos desgastamos, cansamos y sentimos frustración e incluso aburrimiento. Es como si, constantemente, gastásemos la gasolina para no ir a ninguna parte.

Nuestra mente está siempre en movimiento, con corrientes de pensamientos que interactúan y nos dispersan, nos distraen, nos alejan de la posibilidad de crear y de disfrutar con lo que estamos haciendo.

Quedamos atrapados en la rueda del trabajo que nos “quema” y destruye nuestra creatividad.

Entonces, caemos en una rutina en la que hay mucha actividad, incluso dependencia al trabajo, pero poca eficiencia y realización.

La condición ideal por alcanzar, sería la eterna calma en medio de una intensa actividad.

El yogui no busca el bosque ni huye de las aglomeraciones. En todo lugar y en toda circunstancia, se mantiene en equilibrio

La felicidad y éxito de una persona depende de cómo actúa ante las exigencias que la vida le pone delante.

Partiendo de esta base, se trata de relacionarnos con todo lo que nos rodea, de manera constructiva.

Hay que saber parar para “ver” el propio movimiento y rectificar o descansar, antes de que nos invadan las tensiones y el agotamiento.

 Práctica: técnica del equilibrio

Primero, parar el trabajo que nos está absorbiendo o cargando de tensión.

Lo saludable sería parar unos minutos cada hora.

Retirarse a un espacio donde poder cerrar un momento los ojos.

Se cogen las manos por detrás de la espalda y tirando hacia atrás para abrir el pecho, se inspira profundamente. Al espirar se aflojan los brazos. Así hasta 4 ó 5 respiraciones.

Luego se sueltan las manos, se relajan los brazos y, todavía con los ojos cerrados, se dirige la mente hacia el centro del equilibrio de nuestro cuerpo, un centro llamado Punto Hara, situado 2 dedos por debajo del ombligo, justo en el centro del cuerpo, donde confluyen todas las fuerzas, como los radios al eje de una rueda.

Permanecer atentos en este punto durante un par de minutos.

Para terminar, respirar profundamente y ya puedes volver al trabajo, renovado y descansado, con la mente más lúcida.

Se necesita una sola respiración consciente para volver a tomar contacto contigo mismo y todo lo que te rodea y tres respiraciones conscientes para mantener ese contacto.

Esto proporciona mucha energía y vitalidad, de modo que uno puede seguir en marcha, sin llegar a cansarse.

Es un estupendo entrenamiento para la mente que, poco a poco, se sobrepondrá a la rutina, al cansancio y a la inestabilidad inherente.

Según el lema de los siddhas, incorporaremos un

 vivir sencillo con un pensar elevado

Madurez es ponerse a hacer un trabajo al instante, con alegría y concentración.

Confiar que, aunque no lo tengas del todo claro, ya se irá invirtiendo esta tendencia y, las dificultades, se resolverán a tu favor, en lugar de dominarte.

La persona que crea, establece un diálogo entre la materia, hecho o situación que transforma y ella misma.

Todos vamos aportando algo de nosotros a la creación a través del trabajo.

Somos partícipes del movimiento creador y perpetuante de la vida.